Telúrico despertar, testimonio de Ascesis de Sergio Ríos
Telúrico despertar
Un día, nos detenemos, el suelo tiembla bajo nuestros pies. El paisaje externo ya no coincide con el paisaje en que nos formamos y nuestra mirada se obscurece: ruidos sin eco, gestos sin alma, logros sin sentido. Todo lo que creímos se desmorona. Conmocionados, nos sentimos extranjeros en el mundo que construimos. No sabemos qué hacer con nuestras vidas, con nuestras contradicciones, y con aquellas creencias que distorsionan la mirada: ideales heredados de normalidad, verdad única, realidad objetiva… ideas que afectan nuestra visión del ser humano, de la espiritualidad, de la violencia, y del poder—tanto personal como colectivo. Vivimos en paisajes tejidos de memorias y ensueños, modelados por miradas heredadas, por imágenes impuestas o talladas en la urgencia del dolor. En medio de estos paisajes, caminamos con los ojos abiertos hacia fuera… y cerrados hacia dentro.
Entonces surge un pedido profundo para recuperar el Sentido, giramos la mirada hacia adentro. Y despertamos a esa realidad personal. El paisaje interno, lugar donde decidimos el rumbo de nuestras vidas. Descubrimos que se trata de mirar desde un emplazamiento más profundo, que el sufrimiento no es castigo, es señal. Que la contradicción es frontera… y un portal. Que La Realidad Interior se revela cuando la conciencia se libera de sus contradicciones y se orienta hacia el sentido. Que la verdadera sabiduría no se obtiene por acumulación de datos, sino por reflexionar sobre lo que hacemos. Mejorar lo que funciona y desechar lo que no es interesante. Una vivencia directa, que surge en la reflexión sobre el proceso propio… y el trabajo interior. “Todo lo que cambie en ti, cambiará tu orientación en el paisaje en que vives…”
Un torrente nace silencioso en lo profundo del corazón. No lleva nombre, pero quienes han sentido su impulso lo reconocen: Fuerza sin forma, que llama con una voz serena e insistente. Esta Fuerza que impulsa la vida, la asociamos con la unidad interna, la superación del sufrimiento y la trascendencia a la muerte. Descubrimos que somos portadores de dirección y significado. Que existe una realidad más profunda que la aparente, y que esa realidad puede ser descubierta y habitada con amabilidad y paciencia. Que hay un resplandor tímido en lo profundo de nuestro corazón, donde experimentamos paz, plenitud y comunión con lo eterno. No es una idea, ni un sueño. Una llama pequeña y verdadera. Es nuestro Sentido. No el que nos contaron, sino el que nos impulsa.
Al acercarnos a lo profundo, de la llama brota la Fuerza —esa guía luminosa que sana, une, inspira y direcciona. Algo cambia. No afuera. Sino en el modo de andar. No hay más pasos ciegos. Hay acción válida. No buscamos perfección, sino coherencia. No apartamos la mirada de la contradicción, la transformamos. Una nueva forma de estar en el mundo. Es una invitación a vivir desde el sentido, no como una idea, sino como una experiencia transformadora. Un estado de conciencia más lúcida y activa, que permite percibir lo real más allá de las apariencias.
El proyecto personal y el proyecto de humanizar la Tierra son trayectorias simultáneas de una misma intensión. El sentido transita en la simultaneidad y la interrelación. Implica una transformación del paisaje interno, donde se reconocen contradicciones y se integran modelos buscando la adaptación creciente para proyectar una vida más coherente. La mirada integrada reconoce al otro como portador, o posibilidad de sentido; al colectivo como ampliación de las posibilidades individuales y al mundo como campo de su transformación. Una vivencia directa, que surge en la reflexión sobre el proceso propio… y el trabajo interior.
Entonces, comenzamos a ver a los otros, al conjunto y al mundo como extensión de nosotros mismos. Que no se trata de creencias, sino de experiencias que iluminan la conciencia, orientan la vida individual y el desarrollo de los conjuntos humanos. Y entendemos que humanizar la Tierra no es tarea externa, sino manifestación de nuestro centro. Del propósito mayor, cuando la conciencia está despierta y conectada con el sentido. Cada aporte, cada gesto, cada mirada, cada palabra es una posibilidad de sembrar sentido donde antes había vacío.
Nombremos lo innombrado, sembremos lo invisible, mantengamos encendida nuestra llama, alimentemos nuestro fuego, fortalezcamos nuestras relaciones, para que la Tierra respire humanidad. Porque cada gesto lúcido es una chispa en la oscuridad. Y cada conciencia despierta un nuevo amanecer en el paisaje humano.